Y para terminar su gran actuación, dos grandes chorros pirotécnicos, como esas bengalas con las que jugábamos de pequeños en los cumpleaños, pero de unos cuatro metros de altura. El público gritaba de puro éxtasis cegado por las dos columnas que enmarcaban a sus héroes del rock. Tan cegadora fue la luz que nadie pudo ver cómo uno de los carteles que colgaban en los laterales del escenario empezó a arder, o quizás sí lo vio alguien, pero su grito se ahogó en el clamor que ya sonaba, ya daba igual.
Más gritos, más saltos, más histeria, más luces, otro espectáculo comenzaba.
Manuel Angel Gálvez Santisteban
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